Por: Blanca Lucía Echeverry, coordinadora nacional de IRI-Colombia.
La Amazonia, uno de los ecosistemas más ricos y diversos del planeta, se encuentra en un punto crítico. La acelerada deforestación, la expansión agrícola, la minería ilegal y el cambio climático están devastando la región, poniendo en riesgo no solo su biodiversidad única, sino también la supervivencia de los pueblos indígenas y comunidades locales que dependen de ella.
La deforestación en la Amazonia no es solo una cuestión ambiental; es una crisis humanitaria y cultural que amenaza la existencia misma de los pueblos indígenas, quienes han sido los guardianes ancestrales de estos bosques sagrados.
En este contexto, la celebración de la COP16 sobre biodiversidad en Cali, del 21 de octubre al 1 de noviembre, representa una oportunidad histórica para que líderes religiosos, comunidades de fe y actores sociales unamos nuestras voces en defensa de este invaluable tesoro natural.
La Conferencia de Naciones Unidas sobre Biodiversidad no es solo un evento diplomático de alto nivel; es un llamado a la acción para todos aquellos comprometidos con la justicia social y la protección del medio ambiente.
Como líderes religiosos y sociales que trabajamos en la Amazonia, tenemos la responsabilidad moral de asegurarnos de que las decisiones tomadas en esta cumbre reflejen un compromiso real y efectivo con la preservación de la biodiversidad, la reducción de la deforestación y el bienestar de las comunidades que habitan esta región.
Es nuestra obligación recordar al mundo que la Amazonia no es solo un recurso económico; es un ser viviente, un hogar sagrado para millones de especies y una fuente de vida para toda la humanidad.
La destrucción de estos bosques milenarios no solo libera miles de toneladas de carbono a la atmósfera, exacerbando el cambio climático, sino que también despoja a los pueblos indígenas de sus territorios, sus culturas y sus modos de vida.
Desde la Iniciativa Interreligiosa para los Bosques Tropicales (IRI-Colombia), hemos sido testigos directos de cómo la fe puede movilizar a las comunidades para proteger sus territorios y preservar sus tradiciones ancestrales.
Los líderes religiosos, con su capacidad para influir en las conciencias y generar cambios de comportamiento, tienen un papel crucial que desempeñar en la construcción de una cultura de respeto y reverencia hacia la naturaleza.
En la COP16, debemos abogar por políticas que reconozcan y fortalezcan el papel de las comunidades locales y los pueblos indígenas en la conservación de la biodiversidad y en la lucha contra la deforestación.
Es vital que sus conocimientos tradicionales sean respetados y que se garantice su derecho a participar plenamente en la toma de decisiones que afectan sus territorios. La deforestación no es solo una pérdida de árboles; es una pérdida de culturas, historias y espiritualidades que han perdurado durante milenios.
Además, la COP16 debe ser un espacio para la reflexión y la acción conjunta entre gobiernos, organizaciones internacionales, sociedad civil y líderes religiosos.
No podemos permitir que los intereses económicos cortoplacistas sigan siendo los principales motores de las decisiones políticas. Debemos exigir que se implementen políticas públicas basadas en la ciencia, la justicia y la ética, que protejan la Amazonia, detengan la deforestación y promuevan un desarrollo verdaderamente sostenible.
La fe y la ciencia no son incompatibles; ambas pueden y deben trabajar juntas para asegurar un futuro en el que la biodiversidad y la dignidad humana sean respetadas y valoradas.
Los desafíos que enfrentamos son enormes, pero no debemos perder la esperanza. La COP16 en Cali nos ofrece una plataforma única para amplificar nuestras voces y consolidar alianzas estratégicas que puedan tener un impacto duradero en la defensa de la Amazonia.
Ahora es el momento de actuar con determinación y coraje, de unirnos como una comunidad global en torno a la protección de este pulmón del mundo.
Como líderes religiosos y sociales, tenemos la obligación de guiar a nuestras comunidades en esta lucha, recordándoles que la defensa de la Amazonia y la lucha contra la deforestación es, en última instancia, una defensa de la vida misma y de los derechos fundamentales de los pueblos indígenas.
Que la COP16 sea un faro de esperanza y un punto de inflexión en nuestra lucha por un planeta donde se controle la pérdida forestal para que la biodiversidad florezca y las generaciones futuras puedan vivir en armonía con la naturaleza.
No podemos fallar en esta misión sagrada. La Amazonia nos llama; es nuestro deber responder con fe, compromiso y acción.